miércoles, 20 de febrero de 2013

EL LAGARTO CRETÁCICO DE CUENCA


Durante años diversos científicos han sostenido la hipótesis de que las serpientes tienen un origen marino. Un equipo de investigadores de la UNED ha analizado en el yacimiento de Lo Hueco, en Cuenca, varias vértebras de una nueva especie de lagarto terrestre del Cretácico Superior que ponen en entredicho tal hipótesis.

La primera evidencia fósil de Palaeosaniwa fue descubierta en el Campaniano de Alberta, Canadá, aunque la mayor parte de los fósiles se encuentran cerca de Montana y Wyoming en Estados Unidos, datando del Maastrichtiano. Palaeosaniwa era un lagarto carnívoro grande, comparable a los grandes lagartos monitores (Varanidae) en tamaño, y midiendo probablemente entre 1.5 a 1.8 metros de longitud, lo que lo convierte en uno de los mayores lagartos terrestres conocidos del Mesozoico. También se asemejaba a los varánidos por poseer dientes en forma de cuchillo con diminutas sierras, lo que sugiere un modo de vida similar como depredador de otros vertebrados. Originalmente se consideró que Palaeosaniwa era un pariente cercano de los varánidos, pero más recientemente se ha interpretado como un pariente de los helodermátidos, el grupo que incluye al monstruo de Gila y al lagarto enchaquirado.También se ha sugerido que era venenoso.

Los investigadores estiman que el lagarto descubierto tenía tres metros de largo y que su aspecto era muy semejante al del actual dragón de Komodo, el lagarto varanoideo más grande del mundo.
Los mosasaurios, reptiles que habitaban en los océanos del Cretácico Superior, pertenecen al mismo grupo de reptiles, el de los pitonomorfos, que las serpientes. Por ello la hipótesis del origen marino de estos reptiles siempre ha sido tomada en cuenta. El descubrimiento de este nuevo lagarto demuestra que los mosasaurios podían tener un origen terrestre.
Hemos descrito una nueva forma de pitonomorfo del Cretácico Superior –hace unos 70 millones de años– que carece de las especializaciones anatómicas relacionadas con la adaptación al medio acuático y que, por lo tanto, era probablemente una forma terrestre”, explica Francisco Ortega, investigador del Grupo de Biología Evolutiva de la UNED y uno de los autores del estudio que se publica en la revista Paläontologische Zeitschrift 
 

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